lunes, 27 de enero de 2014

Como siempre: un profesor universitario que critica los exámenes, pero ni se le ocurre dejar de hacerlos.



Exámenes al por mayor
La reforma universitaria de Bolonia ha cambiado todo para que todo siga igual

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Una vez oí decir a un viejo profesor universitario que las reformas universitarias en España se hacen siempre de la misma forma: con objetivos anglosajones, recursos africanos y mentalidad carpetovetónica. Y creo que eso es lo que más o menos ha ocurrido con la última dirigida a homologar nuestro sistema universitario con el europeo de enseñanza superior. Se han cambiado planes de estudio, se han hecho docenas de nuevos programas docentes y se ha modificado la secuencia temporal de las carreras, pero mucho temo que pasó como en la novela de Lampedusa, que todo cambió para que todo siguiera igual.
Para los estudiantes, que al fin y al cabo son la pieza fundamental de cualquier nivel educativo, Bolonia, como es conocida la reforma, ha supuesto, sobre todo, embarcarse en una especie de continua carrera de obstáculos. En lugar de organizar la enseñanza universitaria para que gracias a ella los jóvenes aprendan a reflexionar y a enfrentarse al mundo con autonomía y capacidad transformadora, se han montado los cursos de tal forma que apenas puedan respirar.
Alumnos de uno de mis grupos que acaban estos días el cuatrimestre terminan las clases de una asignatura un viernes a las 18.00 y tienen el examen final el día siguiente a partir de las 8.30. Otros se quejaban de que un día terminan un examen final a las 20.30 y al día siguiente a las 8.30 está convocado el de mi asignatura (¿y por qué no lo eliminas?), no por mi gusto, sino porque he de seguir los horarios que me marca el decanato.
¿Hay tiempo así para que los alumnos y alumnas maduren y asimilen los conocimientos? ¿Se puede valorar de esa forma lo que de verdad han aprendido y lo que no, las habilidades que han desarrollado?
Tal y como se organizan los cursos, con programas comprimidos hasta la extenuación porque el profesorado quiere enseñar todo lo que considera necesario que sus discípulos aprendan y con una prueba detrás de otra, sin apenas disponer de tiempo entre ellas o entre las clases, la enseñanza se convierte en una tensión estresante de donde es muy difícil que florezca un auténtico saber. Porque este solo brota de la reflexión pausada, del disfrute del tiempo y de la serenidad, de las muchas horas de debate, tareas y lecturas en solitario y compartidas.
No creo que nada de esto sea casualidad. La enseñanza está organizada así conscientemente porque no se desea que haya una ciudadanía sabia. No lo puede ser quien solo aprende a sortear suspensos y buscar el aprobado como sea. La educación no es nada cuando se divorcia incluso de la naturaleza porque, como dice un proverbio chino, en esta no hay premios y castigos sino consecuencias.
“¿Cómo reformaría las enseñanzas de economía?”, se preguntaba la gran economista Joan Robinson y creo que su respuesta es extensible a cualquier otra rama del conocimiento: “Ante todo, decía, prescindamos de los alumnos que solo desean aprobar”.
Aquí promovemos lo contrario. Hay que hacer milagros y remover Roma con Santiago para poder llevar a cabo algún proyecto que se salga del aula en el horario férreamente marcado o que sea ajeno al curso monótono de una clase detrás de otra: o no hay tiempo, o no hay espacios concebidos para el encuentro, o tienen mañana un examen, o el otro profesor les ha encargado una prueba...
Y el no va más de este contrasentido es que el propio profesorado está obligado a sufrir la misma presión. A su docencia se le llama ahora “carga” docente y, para que se evalúe su productividad científica mediante los llamados sexenios, miles de profesores universitarios tienen que dedicar semanas a preparar un papeleo tan engorroso que han nacido empresas especializadas para encargarse de ello. Con tantos éxito que bastante antes de que terminen los plazos ya anuncian que no admiten más encargos.
A veces tengo la impresión de que la forma en que están estructuradas las enseñanzas hace que a mis alumnos les ocurra lo que decía Mark Twain que siempre quiso evitar, que la escuela entorpece su educación.

3 comentarios:

  1. ¿Se aprende más preparándose para un examen o para presentar un trabajo? En mi opinión, por la experiencia de mi etapa educativa, me acuerdo más de aquel trabajo que hice de las hojas en primaria, que fuimos al parque a recogerlas y nos iban diciendo sus características; luego en clase las pintábamos y las plasmábamos en un folio, que de los siete, ocho o doce temas que había que saberse para luego en un examen de dos horas responder a cuatro o cinco preguntas.
    El plan de Bolonia hace cuatro años que está en nuestro sistema educativo de enseñanza, se oye en muchas personas que dicen que con este plan educativo vamos para atrás.
    Con respecto a esta unificación a medida de la Unión Europea, se busca, además de la movilidad, el empleo de un idioma común a nivel curricular, hablando de ECTS (Sistema Europeo de Transferencia y Acumulación de Créditos). Un ECTS equivale a 25 horas de trabajo, y cada curso tiene alrededor de unos 60ECTS; alrededor de 1500 horas de trabajo del estudiante. Esto es importante remarcarlo, se miden las horas de trabajo del universitario y no las del profesor. No es sólo un pequeño detalle, en este hecho cae parte del peso del interés de que se abandone el método de enseñar volcándonos más hacia un método de aprender. El alumno se convierte en el centro de todo. Dicen que el buen profesor es aquel que da clase con la boca cerrada; y en esta frase se resumen la idea de colocar al alumno como la prioridad en la enseñanza.

    El plan Bolonia, persigue además, una orientación del alumno hacia su futuro laboral. Y no solo por las jornadas de ocho horas de trabajo, sino por el Long Life Learning. Se busca que el alumno, que algún día será un profesional, sea capaz de buscar información sobre el tema que esté trabajando sea en libros, Internet o cualquier otro medio. Es decir, se busca la autosuficiencia del alumno. Los problemas con solución única no caben en Bolonia; se buscan problemas abiertos, con varias soluciones, que realmente será lo que se encuentre en el futuro el alumno. Un detalle mucho más que positivo en la enseñanza, ya que es algo que, personalmente, veo como gran carencia en el sistema educativo actual.
    Como un punto negativo, están las anteriormente mencionadas jornadas de ocho horas, en las que el alumno se dedica únicamente al estudio. Poco tiempo libre le queda al alumno para desarrollar habilidades socio comunicativas, es decir, el alumno no puede “disfrutar” de la vida del estudiante.
    Este punto es más que negativo, porque si poco a poco vamos encerrando a las personas en su trabajo o en sus estudios, conseguiremos personas muy poco humanas, que viven para su trabajo, con un mínimo número de relaciones y lazos personales.

    En conclusión, ESTUDIAR PARA SABER Y NO SÓLO PARA APROBAR.

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  2. En mi opinión se nos debería formar dando la misma importancia a la parte práctica como a la teórica.
    Es evidente que nuestros conocimientos no son innatos, es necesario ir adquiriéndolos de manera teórica, y una forma de evaluarlo, en mi opinión, no demasiado objetiva, serían los exámenes. Pero con los conocimientos teóricos no es suficiente.
    Bolonia pretendía acercar los estudios universitarios Españoles a los del resto de Europa, pero solo lo ha hecho en algunos aspectos, quizás los menos importantes. Algo que en Europa tiene tanta relevancia como es el adquirir conocimientos prácticos, en España se ha dejado casi de lado.
    Deberían centrarse más en acercarnos a lo que va a ser nuestro entorno laboral, a desenvolvernos en el y a la resolución de problemas, porque no todo aparece en los libros.
    En resumen, en mi opinión, la experiencia podría ser nuestro mejor maestro.

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  3. Lo que se consigue mediante nuestro sistema educativo en general, a parte de que los estudiantes cada vez que tengamos examenes agarremos un buen dolor de cabeza y nos desmotivemos, es ponernos una venda en los ojos haciéndonos creer con ello que lo verdaderamente importante es aprobar examenes e ir subiendo y "avanzando" en la escala educativa en vez de hacernos comprender que lo realmente importante es que construyamos conocimientos. En realidad no dan importancia a los contenidos en sí, los examenes es simplemente una carrera que debemos superar a toda prisa y con buena nota y da exactamente igual que luego dichos conocimientos se pierdan, sin tener en cuenta que lo que debemos conseguir mediante la educación es construir aprendizaje, no que se nos olvide al día siguiente. Lo peor de todo es que tenemos esta idea tan asentada en la cabeza que no hacemos nada por cambiarlo, ¿o acaso la mayoría de la gente prefiere construir conocimiento y aprender, pero nunca pasar de curso? Los intereses de la sociedad (que solo pretende crear trabajadores rápidamente sin importarle los contenidos) y de nuestros padres (que como padres lo que realmente les importa es que sus hijos pasen de curso) son muy egoístas, y poco a poco lo que nos rodea hace que vayamos poniéndonos esa venda en los ojos de la que hablaba anteriormente.

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